Disciplina Positiva para Familias
Comprender la culpa para liberar nuestra maternidad
Si hay algo que emerge con más fuerza en nuestro interior y que compartimos todas las mamás es: La sensación de culpa.
- Culpa porque si mi bebé llora, es que “no lo estoy haciendo bien”.
- Culpa porque si lo cojo en brazos, lo estoy “malcriando”.
- Culpa porque si desatiendo mis otras obligaciones para atender a mi hijo/a, “lo estoy haciendo mal”. Y viceversa.
- Culpa porque si trabajo, siento que le estoy descuidando. Y si no trabajo, me siento “inútil” ya que “no soy productiva”.
- Culpa porque cuando yo decido entregarme en exclusiva a mi maternidad, la sociedad se encarga de “borrarme” de su lista.
- Culpa porque si me dedico un tiempo para mí, “soy mala madre”.
- Culpa por descansar un rato cuando “debería…”.
- Culpa porque no llego a «nada”.
- Culpa porque haga lo que haga, “estoy bajo un escrutinio” y parece que “nunca es suficiente”. Y si lo dudo un momento, ya se encarga alguien de que me vuelva a situar en la culpa.
- Culpa. Culpa. Culpa.
Cuanto más entiendas de dónde viene la culpa, más irá disminuyendo su intensidad y más libre te sentirás en tus decisiones.
¿Y si sustituyéramos la palabra «culpa» por «soy la responsable de»?, ¿qué sientes ahora? Puede que más de una sensación a la vez: de agobio, de enfado, de hastío, de sobrecarga… Seguro que de culpa también. Pero cuanto más entiendas de dónde viene la culpa, más irá disminuyendo su intensidad y más libre te sentirás en tus decisiones.
¿Por qué sentimos culpa?
La familia: Desde bien pequeños/as se nos ha ido educando en roles de género, siendo las niñas instruidas en las tareas del hogar y de los cuidados de toda la familia como nuestra «máxima prioridad». Esto ha sido así más o menos en todos los hogares y culturas, dependiendo de la magnitud de la diferenciación de sexos que se vivía en ellos.
Arreglar la cama, barrer, fregar los platos, planchar, poner la mesa, hacer la compra, la comida, encargarse de los más pequeños de casa, llevarlos al colegio o al médico cuando están malos… Encargarse del hogar y de la agenda de toda la familia era algo que veíamos hacer a nuestras madres y abuelas y en lo que se nos educaba a las niñas mediante la inclusión en las tareas domésticas, con juguetes como muñecas, casitas, cocinas…Y, sobre todo, con el ejemplo femenino en casa.
La presencia femenina en nuestro entorno es nuestra primera referencia de lo que es ser mujer.
Hoy sigue siendo una práctica extendida en muchos hogares y los avances en los juguetes se están luciendo hasta con planchas, aspiradoras y lavadoras. El problema no está en que éstos imitan la vida cotidiana, sino que se destinen sólo a las niñas, como indican los envoltorios de muchos de ellos y parece que a veces a algún «Papá Noel» y a algunos «Reyes Magos» también se les olvida.
La sociedad: A todo lo que íbamos anotando en nuestros pequeños cerebros infantiles desde lo observado en casa, se suma también nuestra experiencia en el entorno social al que nos hemos ido introduciendo a través de la escuela, la universidad, con las amistades, el trabajo…y, no menos importante, la vida política.
A través de nuestro ámbito familiar y del sociocultural y político hemos ido registrando en nuestros cerebros lo que debemos ser y hacer.
Nuestras creencias: A partir de la adolescencia empezamos a elaborar nuestras propias ideas y principios de cómo ser y actuar a partir de todo lo que hemos ido percibiendo y viviendo en nuestra infancia y también durante la vida juvenil. Y con todo ello hemos ido construyendo nuestras propias creencias. Pero no somos más que el resultado de lo vivido en la familia y en el entorno que nos rodea.
Y cuando lo que rige todos nuestros comportamientos y normas es todavía una cultura en la que los hombres son dueños de sus actos, mientras que a las mujeres se nos dice cómo vestir, dónde trabajar, cómo parir, hasta cuándo dar el pecho y cómo criar, lo que se nos queda grabado en nuestra mente son patrones que marcan nuestra forma de ser y actuar y que repetimos de forma inconsciente en nuestra vida adulta.
Con la emancipación femenina, las mujeres empezamos a ocupar también un lugar en cada vez más ámbitos de la vida pública: una tierra de y para hombres tradicionales (los que no lloran, no cuidan y tienen que proveer). Un mundo que poco o nada respeta a la mujer y la maternidad (ni las «nuevas paternidades», las que se implican en la crianza y educación de los/as hijos/as, ni las “nuevas masculinidades”: que apuestan por una sociedad igualitaria y otra imagen de lo que es ser hombre).
Un mundo que tampoco tiene espacio ni tiempo para las tareas domésticas ni para los cuidados, salvo cuando éstos se rentabilizan: cuando su realización se externaliza a una persona (normalmente otra mujer) que no forma parte del ámbito familiar. Entonces éstos se vuelven productivos puesto que aportan valor económico, aportando una mínima relevancia (la única) dentro del sistema materialista, consumista y profundamente machista en el que seguimos sumidos.
Muchas mujeres seguimos llevando la carga mental exclusiva de la casa y de los hijos.
Así, mediante nuestra independencia económica, las mujeres hemos ido ampliando nuestra parcela de actuación (que no de poder), sumando más responsabilidades sobre nuestros hombros (y algunos derechos). De esta forma, muchas mujeres seguimos llevando la carga mental exclusiva de la casa y de los/as hijos/as.
Nuestra hiperresponsabilidad se intensifica el día en que nos convertimos en madres. Y es cuando la culpa más nos acecha: haciéndonos sentir mal por no cumplir las expectativas de madre perfecta o por renunciar tener una carrera para apostar por una maternidad más consciente y presente. Porque nuestro descanso y autocuidado no tienen tiempo ni espacio. Por sentirnos inútiles, inferiores e insuficientes al ser «poco productivas».
La importancia de educar en igualdad de género
Para poder erradicar de raíz la culpa que nos invade, debemos ajustar nuestras responsabilidades de forma equitativa y apostar por una educación y unas relaciones en igualdad de género:
- Priorizando la infancia y sus necesidades;
- Apostando por una crianza y una paternidad consciente desde el respeto, la empatía y la cooperación;
- Educando en responsabilidad y autonomía a nuestros hijos e hijas por igual;
- Organizándonos en las tareas domésticas y de los cuidados de las niñas, donde nos vean participar tanto a mamá como a papá, formando un equipo;
- Visibilizando el papel de la mujer en otros ámbitos como la ciencia, los deportes o la política en películas, libros de texto, en la literatura infantil…
- Normalizando la imagen de papá cuidador y pareja partícipe en el hogar sin etiquetarla de heroicidad;
- De ahí la importancia de seguir reclamando el espacio público y privado como un espacio común, en el que mujeres y hombres actuemos con equidad y corresponsabilidad;
- Seguir reivindicando la importancia de la paternidad y de los cuidados de los hijos para darles el lugar y el valor social que se merecen;
- Trabajar conjuntamente familias, escuelas y organismos públicos por unas jornadas laborales respetuosas y unas políticas de conciliación reales.
Para que las mujeres no tengamos que renunciar a nada, ni nos desvivamos por intentar llegar a todo. Para que los hombres puedan vivir también su paternidad. Porque el cuidado de las futuras generaciones es tarea de todo. Ajustar así nuestras responsabilidades para liberarnos de la culpa y apoderarnos de nuestra maternidad.