Laura Peón

Laura Peón

Maestra de Educación Infantil y Escritora

9 de noviembre de 2021

¿Qué es y qué ventajas tiene la educación en positivo?

A menudo, las familias no son conscientes de la cantidad de veces a lo largo del día que pueden llegar a perder los papeles con respecto a la educación de sus hijos. Cuando los hermanos se pelean, cuando alguno se porta mal, cuando se les olvida sacar un libro para hacer la tarea, cuando no recogen los juguetes… Son tantas las ocasiones en las que los nervios de los padres son provocados por situaciones cotidianas que pueden sacarte de tus casillas, que a veces se hace de una forma mecánica, sin ser consciente de que lo que está sucediendo es que se ha caído en una rutina en la que, los pequeños hacen algo mal, sus padres los regañan y hasta la siguiente vez que vuelva a suceder lo mismo. 

Pues bien, si habiendo leído hasta aquí alguien se ha sentido identificados con la situación, es hora de cambiar la estrategia y empezar a darle la mano a la posibilidad de educar en positivo.

Muchas personas asocian el hecho de educar en positivo con la idea de dar premios a los pequeños cada vez que hacen algo bien, y este no es el verdadero significado de este concepto.

Con la educación en positivo se pretende enseñar con la misma firmeza, pero hacerlo transmitiendo calma y amabilidad, reforzando siempre los comportamientos y actitudes positivas de nuestros hijos y corrigiendo los malos comportamientos de un modo pacífico y sin dramas.

Esto no quiere decir que debamos ignorar los malos comportamientos y centrarnos únicamente en lo que hacen bien. Evidentemente, los niños, son niños, con todo lo que conlleva; van a seguir cogiendo rabietas cuando no se salen con la suya, van a continuar siendo desordenados en ocasiones y los despistes son inevitables. Lo son incluso para los adultos, admitámoslo. 

Ahora bien, ¿cómo podemos entonces llevar a cabo una educación en positivo?

No hay nada que motive más a un niño que el simple reconocimiento de haber hecho algo bien.

En primer lugar, es importante que los adultos tomemos conciencia. Es muy fácil perder los nervios, es casi como un acto reflejo, de modo que lo primero es cambiar la mentalidad, abrirla a esta nueva posibilidad y prohibirse perder los papeles a la primera de cambio. Si en nuestro hogar, el régimen de los gritos y los castigos ya estaba instaurado, este cambio de registro lleva su tiempo, tanto para los adultos como para los pequeños. 

Cuando estemos convencidos de comenzar a aplicar esta disciplina con nuestros hijos, vamos a comenzar con lo fácil: premiar un comportamiento positivo. 

Hacer referencia a premiar, no significa que cada tarea que el niño haga bien debamos reforzarla con un regalo material. Ni es necesario ni es conveniente gastarse dinero para educar, lo único que conseguiríamos de este modo es reforzar el egoísmo y el consumismo. Un premio puede ser una palabra, una frase, un abrazo… No hay nada que motive más a un niño que el simple reconocimiento de haber hecho algo bien. 

Si tomamos como ejemplo el caso de niños despistados que, de cada cinco días, tres olvidan sacar los libros para hacer la tarea, seguramente estén acostumbrados a escuchar frases como “¿otra vez has olvidado sacar el libro?”, “eres un desastre”… Lo que se consigue con esto es generar frustración en los pequeños; se acostumbran a ello y de nada sirve repetirlas una y otra vez. Sin darnos cuenta hemos creado la rutina de: “Yo no saco el libro, papá o mamá me regaña y se acabó”. No van a mostrar ningún interés por corregir esta conducta, llega un momento en el que les da igual porque ellos mismos asumen que “son un desastre” y se escudan en ello.

Si cambiamos esta práctica por otra de aliento, se va a reforzar esa motivación que los pequeños necesitan para seguir haciendo bien las cosas. Siguiendo con el ejemplo del libro, el día que sí que lo saca es cuando debemos poner énfasis en la tarea bien hecha y utilizar frases que le animen a seguir haciéndolo como “muy bien”, “¿ves como sí que puedes hacerlo?”, “genial, mañana lo vas a hacer igual de bien que hoy”… Con estas sencillas palabras vamos a evitar el desánimo y se va sustituir por la confianza que necesita para continuar por ese camino, reforzando su propio afán de superación.

Además, cuando veamos que los pequeños siguen con ese hábito y pasan varios días realizando con éxito la tarea, podemos aumentar el refuerzo con algo que les guste hacer, cosas sencillas, pero que les haga ver que el esfuerzo y un trabajo bien hecho conlleva una recompensa. “Muy bien, llevas toda la semana sin olvidar el libro, el fin de semana podemos ver una peli que elijas mientras cenamos”.

…mantener una actitud de calma, intentando debatir pacíficamente con ellos, utilizando frases como “si me gritas, no puedo entenderte”

Es importante utilizar siempre frases en positivo para reforzar las conductas o las actividades que queramos que los niños adquieran. Es más útil decir si recoges los juguetes, podremos ir un rato al parque”, a decir si no recoges los juguetes, no podremos ir luego al parque”. En el primer caso se plantea una meta a lograr y, en su afán por alcanzarla y sentirse “ganadores”, van a poner empeño en realizar la tarea. En el segundo caso, en la misma frase ya va implícita la palabra no y nada hay que menos le motive a un niño que este monosílabo, con lo cual, sin darnos cuenta, estamos generando ese rechazo hacia lo que les proponemos.

Y llegados a este punto, ¿qué hacemos con los comportamientos negativos? Algo sencillo de decir, pero complicado de poner en práctica: no caer en sus exigencias y mantener una actitud de calma, intentando debatir pacíficamente con ellos, utilizando frases como “si me gritas, no puedo entenderte”.

En el caso de las rabietas, tan típicas cuando no consiguen lo que se proponen y que pueden sacarnos de quicio a los adultos, debemos tener presente que se trata de llamadas de atención. Si, como padres, nos ponemos a su altura, estamos adquiriendo su mismo comportamiento y los niños son los mejores imitadores del mundo. Si un niño o niña grita para conseguir lo que quiere y nosotros hacemos lo mismo para conseguir que paren, nos estamos comportando del mismo modo que lo están haciendo ellos. Conclusión, “si mamá o papá gritan para que yo me calle, yo grito para conseguir lo que quiero”. Por el contrario, si gritando comprueban que no consiguen salirse con la suya, llegará un momento en el que ellos mismos sean capaces de comprender que no se consigue nada de ese modo.

Muchas veces, las rabietas llevan a algo más que palabras. En el caso de edades más tempranas, es su modo de mostrar su frustración, si lo dicen una vez y la respuesta del adulto no es lo que desean escuchar, la rabia sale sola. Por ejemplo, no les apetece recoger los juguetes y comienzan a darles patadas. Eso podría enervar a cualquier padre, comenzar una batalla verbal y acabar con el niño castigado y con su objetivo cumplido de no recoger porque al final es el adulto quien lo hace. Si, por el contrario, les sacamos unos minutos de la habitación, esperamos a que se tranquilicen y después hacemos que recojan lo que han tirado sin más dramas,  comprenderán que de nada sirve ese comportamiento, no han conseguido lo que pretendían.

Para acabar, y volviendo a las palabras positivas, es imposible que un niño no se equivoque, lo hacemos los adultos, pero es mejor hacerle ver su error ofreciéndole otro punto de vista que haciendo hincapié en que lo ha hecho mal. Es mucho mejor un “prueba a hacerlo de este modo” que un “está mal, hazlo bien”.

Si como adultos nos gusta ser valorados, en nuestro trabajo, en nuestra familia… En la infancia esa valoración es aún más importante, sobre ella recae el peso de la personalidad que se forjará en un niño.

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