8 de septiembre de 2021

El valor de enseñar a las niñas y niños a dormir bien

Dormir es un proceso natural necesario para nuestra sobrevivencia; no obstante, muchas personas no dedican el tiempo suficiente a su sueño; o si lo hacen, éste se desarrolla de forma inadecuada o inconstante, deteriorando la calidad de su descanso. Dormir cumple un papel muy importante en el óptimo funcionamiento físico y mental de todos los seres humanos; por lo que un “mal sueño” puede tener graves consecuencias a mediano y largo plazo. 

Tomando en cuenta esto, es importante conocer la clase de efectos que un sueño deficiente provoca en aquellas niñas y niños que lo padecen; considerando que su cerebro aún se encuentra en desarrollo. De igual forma, es fundamental entender cuáles son los factores involucrados en la desorganización de los hábitos de sueño, así como la forma y alcance en que los padres pueden ayudar a sus hijos para mejorar su descanso.

Dormir implica un proceso activo que ayuda a la reorganización del cerebro y sus funciones.

¿Por qué es importante dormir?

Diversas investigaciones han concluido que la finalidad principal del sueño es la recuperación del organismo al reorganizar todos los elementos que se han utilizado durante la jornada diaria. Además, se ha comprobado que el dormir aumenta la creatividad, consolida la memoria, mejora la habilidad para resolver problemas, agudiza la velocidad de reacción e incluso mejora nuestra apariencia general (Zada, et.al 2019; Cheng, et.al 2020; Stepan, Altman, Fenn, 2020). Aunado a esto, estudios recientes han sugerido que, durante el sueño, el ADN de nuestras neuronas se repara, ejecutándose una función de “reinicio” para el siguiente día (Zada, et.al 2019).

Considerando todas sus funciones, es innegable la importancia que tiene un sueño reparador para el desarrollo y rendimiento diario de los niños. En este sentido, dormir implica un proceso activo que ayuda a la reorganización del cerebro y sus funciones, por lo que mantener una buena higiene del sueño debe ser una prioridad en la educación de todo pequeño.

Aunque las circunstancias que rodean a cada niño y niña pueden ser muy distintas, existe un acuerdo entre expertos y profesionales de la salud mental sobre el número de horas mínimo que todo menor debe dormir. De esta forma, niñas y niños pequeños de 3 a 5 años deben tener de 10 a 13 horas de sueño de buena calidad, las cuales pueden incluir una siesta; mientras que el límite en menores más grandes, de 6 a 12 años, es aproximadamente de 9 a 12 horas diarias según los expertos (Organización Mundial de la Salud, 2019; Cheng, et.al 2020). Cabe señalar que un factor importante en la efectividad de dichas horas de descanso radica en la existencia de horarios regulares para dormir y despertar. 

¿Qué pasa cuando un niño no duerme bien?

La deprivación de sueño impacta de forma directa distintos procesos cognitivos como la memoria, la atención y la habilidad para realizar tareas en secuencia (Stepan, Altman, Fenn, 2020). Por lo tanto, cualquier pequeño que no duerma de manera apropiada verá limitado su rendimiento en actividades de cualquier clase; ya sean estas de tipo académico o formen parte de su rutina diaria. Además, el agotamiento lo hará menos resistente a la frustración, sometiéndolo a un círculo vicioso que obstaculizará cualquier clase de aprendizaje.

Los menores que no duermen las horas suficientes pueden ser más sensibles a padecer afecciones como depresión, ansiedad, comportamiento impulsivo y bajo rendimiento cognitivo.

Por otro lado, la falta de sueño está relacionada con el desarrollo de trastornos del ánimo y conductas disfuncionales en niños. En este sentido, los menores que no duermen las horas suficientes pueden ser más sensibles a padecer afecciones como depresión, ansiedad, comportamiento impulsivo y bajo rendimiento cognitivo (Willis, Gregory, 2015; Cheng, et.al 2020).

Es importante destacar que los síntomas que sufren algunas niñas y niños que no duermen bien durante periodos prolongados, pueden manifestarse aún después de que sus hábitos de sueño son corregidos; cuestión que refleja la profundidad del daño que la deprivación de sueño puede ocasionar en el desarrollo físico y psicológico de las y los menores afectados.

La importancia de enseñar a dormir

Considerando todo lo anterior, resulta muy claro que la enseñanza de hábitos saludables de sueño debe ser una prioridad en la educación de los pequeños dentro de casa. En este sentido, comenzar desde una edad temprana y no descuidar la disciplina al respecto, son factores esenciales en el desarrollo de una buena higiene del sueño que logre mantenerse en fases posteriores de la vida de los hijos (Organización Mundial de la Salud, 2019; Peltz, Rogge, Connolly, 2020). Ante esto, cabe señalar que los trastornos de sueño son también un problema importante entre los adolescentes, asociándose con el desarrollo de padecimientos depresivos y ansiosos, así como con el bajo rendimiento académico y la incurrencia en conductas descuidadas y autodestructivas durante esta edad (Carrillo, et.al 2018; Peltz, Rogge, Connolly, 2020). 

Es muy importante señalar que el factor más común relacionado con alteraciones de sueño en niños y niñas, es la ausencia de reglas claras a la hora de dormir, tanto en horario como en los factores asociados a esta actividad. Dicha cuestión, incluso supera la influencia del consumo de azúcar y cafeína, o el uso de pantallas antes de ir a la cama (Organización Mundial de la Salud, 2019; Peltz, Rogge, Connolly, 2020; Cheng, et.al 2020). Esto nos presenta el establecimiento de normas firmes a la hora de acostarse como la solución más sólida frente al creciente problema de deprivación de sueño en niños, niñas y jóvenes. En este sentido, es posible sugerir algunas pautas que los padres podrían seguir al establecer dichas reglas:

  • El horario de sueño (tanto el momento de ir a dormir, como el de despertarse) debe realizarse en horas fijas.
  • El lapso de sueño debe comenzar a una hora razonable, y no ser más corto o exceder las necesidades de los menores.
  • No permitir periodos de sueño más cortos con la expectativa de recuperarlos más adelante.
  • Las siestas también deben respetar horarios fijos, y no utilizarlas eventualmente para “reponer” horas de sueño perdidas.
  • Es importante utilizar la cama sólo para dormir. Es decir, no emplearla para otras actividades, como la realización de trabajos escolares, comer o mirar contenidos en cualquier tipo de pantalla.
  • Nunca llevar dispositivos electrónicos a la cama a la hora de dormir.
  • Realizar actividad física durante el día. Preferentemente en las mañanas y nunca en la noche.
  • Cenar por lo menos dos horas antes de dormir.
  • No consumir alimentos con cafeína después de las 5 de la tarde.
  • Evitar el celular o la televisión en caso de despertarse en la noche.
  • Crear una rutina sistemática, sencilla y relativamente rígida para antes de ir a dormir.

(Organización Mundial de la Salud, 2019; Peltz, Rogge, Connolly, 2020; Cheng, et.al 2020).

Los buenos hábitos de sueño se enseñan con el ejemplo

Finalmente, es importante recordar que, en materia de educación, la mejor forma de enseñanza es con el ejemplo. Muchas veces, los menores con algún trastorno de sueño o hábitos inadecuados al dormir provienen de hogares donde estas condiciones también afectan a los demás miembros de la familia (Feitosa, et.al 2021). En este sentido, enseñar a dormir a nuestras niñas y niños puede significar también aprender uno mismo a hacerlo de manera saludable. Esto puede brindarnos no sólo la oportunidad de otorgarle un mejor futuro a nuestros hijos, sino, además, una oportunidad de mejorar nuestra propia calidad de vida.

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